ADVERTENCIA

(Al comienzo de cada tertulia se lee una reseña escrita por uno de los tertulianos/as. Estas reseñas no son, pues, la opinión de la Tertulia o sus conclusiones finales sobre el libro; deben ser consideradas como la lectura atenta y meditada de uno de sus miembros, que sirve de inicio del debate)



sábado, 18 de diciembre de 2010

RELATOS DE JUAN RULFO (1918-1986)

Es la mirada lo que impresiona en estos relatos, el lenguaje, puro sustantivo, no hay intención de matizar, los adjetivos sólo precisan, distancias, magnitud.

MACARIO

El relato en primera persona y en presente, es una cosmogonía, el universo entero del niño-hombre, hacia dentro y hacia fuera, sin énfasis, vemos sus límites físicos y espirituales, y la rueda de personas y bichos que lo rodea y lo utiliza, para el trabajo y el placer, para la diversión, un esclavo atado, el destino del bobo del pueblo. Pero el bobo ve, recuerda y conoce la emoción de la compañía, de la piel, la leche de Felipa, más dulce que esa extraña flor con nombre de monumento.

EL LLANO EN LLAMAS

Hay pueblos que cuentan entre sus oficios tradicionales con el de la guerra, es un oficio, se vive de él y en él.

La partida de Pedro Zamora se mete en la Revolución, la que van a pagar los ricos, hay que acopiar para la lucha, robar ganado y mantenerse, robar muchachas. Los hombres se han tirado al llano y ya no pueden vivir en un oficio de paz. La crueldad es parte de ese entrenamiento, como la sevicia del juego del torito. Casi más que a los hombres se ve el aire, la tierra, el grito que rebota por las barrancas, el olor de la sombra recalentada por el sol. Es una epopeya, pero no tiene historia, el tiempo se para y se repite. Así, el Pichón reconoce a su hijo por la mirada de maldad, “Algo de eso tenía que haber sacado del padre”

PASO DEL NORTE
El hambre y la desesperación que te lleva a cruzar la frontera a riesgo de morir con la balacera en mitad del río. Y nadie tiene piedad de nadie. El padre no le enseñó el oficio al hijo, por temor a la competencia, pura miseria. Y el hombre que empieza a andar ya no se queda parado, si no es a buscar trabajo, es a buscar a la mujer, de nombre profético, Tránsito, tampoco ahí se va a parar.

EL HOMBRE
Otro oficio ancestral, la caza, la víctima y el perseguidor que sigue su rastro. La venganza da fuerza y decisión. Y el hombre rastrea lúcido, reconoce, interpreta, las huellas que va dejando el perseguido y sabe de su ansia, de su desesperación. Tiene los ojos a ras de tierra y un peso que los demás reconocerán, está lastrado por el remordimiento y pierde perspectiva, demasiado cerca de la tierra. El cazador otea y anticipa sus movimientos, que no avanzan, el río lo hace volver. Como epílogo, el borreguero, testigo a punto de ser encausado. La venganza es mala, pero la ley no es buena para los pobres.

ANACLETO MORONES
Aquí sí avanza la narración y tenemos planteamiento nudo y desenlace. Y un coro de mujeres de negro, primero amenazantes para pasar luego a la súplica. La estrategia de Lucas Lucatero que parece tan simple es eficaz, el remedo de anfitrión que las ahoga en agua de arrayán y consigue que vayan desfilando de una en una, domestica a la última, que le ayuda a colocar las piedras de la tumba, “no me gusta ver pedregoso mi corral”.

Pero el burlador, burlado, Francisca tiene un as en la manga, o en el alma.

“El Niño Anacleto. Él sí que sabía hacer el amor.”

marga

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